Nada

Nada, ¿para qué? acaso ¿para qué preguntarse por algo en la nada?, si nada tiene sentido, ni la vida, ni la muerte, acaso ¿Para qué la muerte? ¿para qué un nuevo día?, si al final se acaba sin ningún propósito, horas repetidas, personas calcadas, rutinas inicuas, pesadas y desgraciadas como con Sísifo, que aún la muerte lo trató con desdén, donde cada día subía una piedra difícil de llevar, tan pesada que lo dejaba sin alientos (Colorado), pero se repetía; cargar la piedra sin querer, sufrir, subir, cargar la piedra sin querer, sufrir, subir, como la vida de todos, cargar la piedra difícil de llevar, subir, cargar, que existencia tan pesada, tan mísera. Hago claridad que el auscultamiento de la nada no supone un desencantamiento con la vida y un apuro por el suicidio, sino un ánimo irrisorio de asistir a la misma génesis del inconveniente de haber nacido (Cioran), si es que antes ya estábamos en un no lugar con su propia paz, en la sencillez de la nada (Vallejo)

Pero entonces, ¿para qué continuar con un despropósito de existencia?. Ahora me doy cuenta que la maldición del hombre resulta ser su capacidad de razón, de cuestionarse.  Qué bueno imaginar que pudiéramos vivir sin saber que lo hacemos, como el pájaro que canta y no sabe que canta, o como el niño que juega y no sabe que juega (Galeano). Pero no, en esta desdicha corpórea estamos, cumpliendo odios, amando la opresión y justificando la inmoralidad, entre ascensos, nominaciones a dioses de corbatas y jerarquías. La existencia siempre ha sido maldita, lúgubre desencantada, pero ahora más, todo es más rápido; la comunicación, las ilusiones, el amor, los dioses y la marginalidad. De paupérrimos pasamos a una mejor calidad de vida, por la aprobación de crédito como hoguera moderna, en la que estamos condenados a muerte social y a consumir como posibilidad de subsistir. 


Consumo, mejor forma no había de llamarlo, consumimos bienes, servicios, mientras el vacío, el poder, la ambición, la religión, el egoísmo, y cada segundos nos consume, nos diseca, nos corroe y nos reduce los pensamientos como los Jíbaros las cabezas, risueños, sin ganas de vivir, sin ganas de morir.

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