Una vida al revés

Es cierto que los días fríos son los más cálidos para el alma, son los que mejores pensamientos generan, están tocados por la gracia que estila la vida con café. También en los días sabor gris, entre pinos y nieblas, halla su morada la melancolía como fertilidad para el alma; en la que se mira, se dibuja y se comprende, se apropia de sus filias, de sus fobias para conciliarlas, consciente de que de esa buena mixtura emerge la esencia del ser que habito.

El niño que contó con la buena fortuna de tener una vida al revés, que no apareció como pequeño torpe sin conocimientos, y el que por la bendición de algún dios profano empezó su existencia ya de viejo, con canas y achaques que le llevó a tomar decisiones que le hicieron tan feliz. En alguna ocasión se puso una cita con su alma, la acarició, y firmaron un pacto de común acuerdo; fijaron que cuando la vida avanzará y fuera niño no importaría que fuera, ahí no era necesario ser abogado, ni médico, ni contador, ni docente, porque esos son roles aburridos designado para los tristes adultos, a los que ya no les importa vivir sino solo trabajar. Estuvieron satisfechos al entender que la vida de verdad pasa  cuando uno es niño, cuando uno se duerme en el sofá y amanece en la habitación o cuando la comida llegaba con sonrisita de mamá y abriendo la boca para que aterrizara el avión.

Para eso sirven los días fríos, para ser feliz con la melancolía de lo que no pasará.